
El clavo
España (1944)
Duración: 99 min.
Música: Juan Quintero
Fotografía: Alfredo Fraile
Guion: Rafael Gil, Eduardo Marquina (Historia: Pedro Antonio de Alarcón)
Dirección: Rafael Gil
Intérpretes: Amparo Rivelles (Gabriela Zahara / "Blanca"), Rafael Durán (Javier Zarco), Juan Espantaleón (Juan Medina), Milagros Leal, Joaquín Roa (Berrugo), Irene Caba Alba (Anciana), Ramón Martori (Fiscal), Rafaela Satorrés (Doña Blanca), Manuel Arbó (Don Eduardo), José María Lado (Alfonso Gutiérrez)
Pedro Antonio de Alarcón escribió "El clavo" inspirándose en una causa célebre de la época, como si quisiera demostrar que nada hay tan insospechadamente novelesco como la realidad.
Javier Zarco viaja en una diligencia, cuando, en una de las paradas, para cambiar los caballos sube una mujer elegantemente ataviada que compartirá viaje con él.
Javier enciende su pipa, preguntando a la nueva pasajera si le molesta el humo, diciendo esta, que va muy seria que no le molesta.
El hombre trata de entablar conversación sin conseguir que ella entre en ninguna.
Por la mañana realizan su siguiente parada en un mesón, que encuentran lleno debido a que se celebra el bautizo del hijo del alcalde.
La mujer está a punto de marcharse al ver el bullicio, aunque finalmente accede a compartir mesa con su compañero de viaje para desayunar.
Se les acercan los padrinos, que les invitan a una copa de anís y unos bizcochos, tomándolos por matrimonio, lo que el viajero no desmiente.
Mientras los padrinos lanzan regalos a los chiquillos, ellos salen para continuar su viaje, acompañándolos dos pasajeros más desde allí.
Consigue que la mujer le diga que lee y toca el piano, tratando de continuar la conversación sacando el tema del amor, dando ella por terminada la conversación.
Cuando por la noche llegan a Cuenca ella se baja, aprovechando Zarco para preguntarle por su nombre, diciendo ella que no cree que vuelvan a verse, por lo que no entiende por qué quiere conocerlo, aunque ante la insistencia, ella le dice que se llama Blanca.
La ve luego subir a un coche y decide tomar él otro y seguirla viendo que va a la Fonda de los Leones.
Al escuchar que la mujer está en la habitación 24, él pide que le den la 34, justamente encima de la de ella y luego le da una generosa propina al mozo y le promete que le dará más si le informa de la vida que hace la mujer, y en concreto sus entradas y salidas.
Gracias al mozo consigue la llave de la habitación de ella y entra pretextando una confusión, encontrando a la mujer tocando el piano, diciendo él que el destino quiere que sigan viéndose, diciendo ella que es él quien fuerza las casualidades y le insiste en que no quiere volver a verle, ante lo que él opta por retirarse.
Esa noche se celebra un gran baile de máscaras en la fonda.
La algarabía impide a Blanca descansar, por lo que sale de su habitación, viendo cuando llega al salón cómo un tipo la obliga a bailar con ella, viéndose atrapada entre la gente que no permite que se marche, ante lo que Javier, que sí estaba en la fiesta va a su rescate haciéndose pasar por su pareja y consigue liberarla.
Solo cuando él se quita la máscara descubre que es, de nuevo, Javier Zarco, que esta vez se presenta por fin a ella, y que tras ello se disculpa y se despide para no contrariar sus deseos, aunque le advierte que es peligroso que salga sola en Carnaval, diciendo ella que la música no la dejaba estar tranquila y había salido solo para respirar, sin ánimo de fiesta y va a casa de unos parientes.
Él se despide hasta que el destino vuelva a reunirlos, pues no desea molestarla siguiendo sus deseos
Pero en cuanto se aleja, otro grupo de enmascarados la rodea y vuelve a sentirse violenta, por lo que llama a Javier, que la saca del embrollo y se ofrece a acompañarla hasta la casa de sus familiares, ofreciéndole su brazo como si fueran buenos amigos, diciendo ella entonces que pueden llegar a serlo.
Él le dice que cuando está triste se refugia en un cafetín solitario, donde como nada le interesa ni le recuerda nada, puede evadirse, y donde también hay música, pues toca un terceto desafinado y que pensaba ir a cenar allí, invitándola a acompañarle.
En efecto hay un terceto de piano, violín y violonchelo, y allí brinda por Blanca, aunque, le dice que está seguro de que ese no es su nombre y se lo dijo por librarse de un inoportuno, pero que, ahora que son amigos, podría decírselo.
Le dice también que no le interesa su historia, sino su misterio, diciendo ella que estos, cuando se conocen, pierden importancia, asegurando él que ninguna persona le produjo una impresión tan extraña como la de ella.
Mientras se van, ella le pregunta si recuerda dónde se encontraba en una noche como esa, la de Carnaval, tres años antes, recordando él que acababa de aprobar las oposiciones a juez y estaba en un baile de máscaras en Madrid y pensaba que se iba a comer el mundo, diciéndole ella que pudieron haberse encontrado aquella misma noche, pues ella estaba también en Madrid.
Los músicos vuelven a tocar y él la convence para bailar una pequeña pieza con él.
Cuando salen ven que son las dos y piensan que en la fonda continuará el baile, por lo que deciden dar un paseo en coche por la ciudad, a esas horas ya tranquila.
Regresan al motel a las 6 de la mañana, encontrando los restos de la fiesta.
Para entonces ya alcanzaron gran intimidad y pasan la noche juntos.
Al día siguiente dan un paseo en barca y van a comer al campo con una merienda preparada por ella, preguntando él si pensó en lo que le dijo la noche anterior, diciendo ella que ha decidido no pensar desde que lo conoce.
De pronto comienza a llover y corren hasta una granja cercana, asegurándoles la mujer que los acoge que no parará de llover toda la noche, pidiéndoles el matrimonio que se cambien de ropa para que se les seque.
Salen poco después, no pudiendo evitar la risa al verse con la ropa que les prestaron los campesinos, comentando que les gustaría vivir en un mundo así con gente así y no separarse nunca.
Pero al día siguiente, Zarco recibe una carta en que le indica que debe tomar posesión de inmediato del juzgado de Teruel.
Baja a contárselo a ella, que le dice que ya no puede dejarla, que ha cerrado los ojos y no quiere separarse.
Él le dice entonces que saldrá para Teruel, pero que su mujer será su compañera de viaje. Quiere casarse con ella de inmediato.
Pero Blanca le dice que es imposible. Que siempre temió que llegara ese momento y que le hiciera esa propuesta ha sido el instante más dichoso de su vida, pero que fue solo un sueño y cuando se marche, su felicidad habrá concluido para siempre.
Ella le pide que no la obligue a hablar, pues no puede hacerlo y no debe pedirle que lo siga, pues acabaría obedeciéndolo, y no puede, pues no está sola en la vida, preguntando él si se debe a otro hombre, lo que ella niega ofendida.
Él se disculpa y le dice que tuvo un ataque de celos, pero que respetará su silencio, pues no quiere perderla.
Ella le pregunta si tiene fe en ella y le pregunta cuánto tiempo le llevará el tomar posesión, gestionar un permiso y volver a su lado, diciendo él que un mes.
Ella le dice que le esperará y que en un mes será su mujer.
Así lo hacen y, desde Teruel él le escribe, inquietándose al ver que ella no responde ninguna de sus cartas, por lo que, impaciente, parte 15 días antes de lo acordado.
En la fonda pregunta por Blanca, diciéndole el hostelero que se fue al día siguiente de la marcha de él y no saben dónde fue y le devuelve sus cartas y regresa a Teruel.
Han pasado cinco años…
En una ciudad castellana se espera la llegada del nuevo juez y Juan Medina, el secretario judicial trata de tenerlo todo listo.
Medina le explica a Javier Zarco, el nuevo juez, cuando llega, que el trabajo allí no abruma, pues nunca pasa nada. Que hay solo bodas, bautizos y defunciones. Alguna pelea y pocas diversiones, más allá de un pasea por la alameda si hace buen tiempo, o por el camino del cementerio los días nublados.
Salen esa tarde a pasear, tocando ese día el camino del cementerio, contándole a Medina que 5 años atrás faltó a sus deberes y estuvo a punto de perder la carrera por una mujer en la que creyó ingenuamente.
El paseo termina en el cementerio, al que entran, viendo a unos hombres dispuestos a realizar una reducción de huesos, pues con las lluvias se derrumbaron unos nichos y deben dar tierra a los huesos.
Zarco se fija entonces en una de las calaveras que llevan, observando que tiene un clavo dentro, viendo que debió haber un crimen que iba a quedar impune, pero que Dios dispuso lo contrario.
El sepulturero confiesa que se llevó las tablas del ataúd para sus hijos, que no tienen cama, por lo que van a su casa, donde pueden ver la tapa de la que salió el cadáver, estando en ella las letras AGR y 1865.
Al día siguiente van a una de las parroquias del pueblo, aunque ninguno de los muertos en 1865 tiene las iniciales que buscan, aunque en la otra parroquia sí hay un fallecido en abril de 1865, Alfonso Gutiérrez del Romeral, que murió de apoplejía fulminante.
Citan para el día siguiente a varios de sus vecinos para que declaren tras abrir un expediente abierto por asesinato.
Los vecinos declaran que era un indiano adinerado que vivió poco tiempo allí y que no congenió con nadie, que fue para casarse con una sobrina lejana, viviendo en casa de los padres de ella, que se llamaba Gabriela, y que, unos días antes de la boda, murió.
Habla luego con un hombre que asegura fue su mejor amigo y cuenta que él no conoció a la novia, pues estaba pasando un tiempo en casa de unos parientes en Madrid y llegó solo unos días antes de la muerte de Don Alfonso.
Otra vecina dice que la boda era un contrasentido, pues Gabriela no quería casarse, declarando la sirvienta que Gabriela se pasaba las horas en su cuarto, llorando, y que sus padres murieron poco después y ella se marchó a Madrid a casa de unos parientes.
El médico declara que un clavo como el que estaba en la calavera causa la muerte con los mismos síntomas de una apoplejía, comprendiendo el informe del forense por ello, pues lo raro era que hubiera sospechado que se trataba de un crimen.
El juez concluye que, dado que la muerte contrariaba los planes de los Zahara, solo podía beneficiar a su hija Gabriela, a la que acusa del asesinato de Don Alfonso.
Envía a Medina a Madrid, dándole dos meses de permiso, que debe aprovechar para buscar a los parientes de la acusada y sondearla de modo confidencial.
Entretanto, Zarco condena en rebeldía a Gabriela Zahara.
Unos días más tarde sale él mismo hacia Madrid, tras ser reclamado en el Ministerio, dando todos por sentado que le nombrarán Magistrado.
Las pesquisas de Medina no tienen resultado alguno, por lo que el juez pide que si en un mes sigue sin noticias de Gabriela, regrese.
Madrid
Zarco pasea por la ciudad bajo su paraguas, cuando de pronto se choca con una mujer que, comprueba que no es otra que Blanca.
Tras los años de sufrimiento le dice debe explicarse.
Para resguardarse de la lluvia entran en una iglesia, donde él le dice que le destrozó la vida, pues lo planeó todo para librarse de él cuando hubiera bastado con que le dijera que no le quería, y no le perdona que le mintiera, pues dijo que le esperaría y se marchó al día siguiente de su partida, asegurándole que durante cinco años, no encontró consuelo, habiendo sentido que se moría un poco cada día, sin ilusiones ni esperanzas.
Pero Blanca le dice que es injusto con ella. Que habían quedado en volver a verse el 15 de mayo, y tal como le prometió, aquel día estaba en la fonda tras haber conseguido convencer a sus padres, y fue él quien no acudió y no lo encontró.
Le dijeron que había estado unos días antes, pero que no le dejó ni unas letras explicándose, ni una queja y vuelve a recordarle que solo le prometió encontrarse allí con él el 15 de mayo, diciendo él que le escribió a diario y no obtuvo respuesta alguna y le pregunta por qué no le buscó, diciendo ella que no sabía dónde, pues no regresó a Teruel, diciendo él que es cierto, que viajó. Pidió otro destino, conociendo los juzgados más pobres de España con la esperanza de volver a encontrarla.
Ella le dice que no puede echárselo en cara, pues fue su impaciencia, sus dudas y su orgullo de hombre lo que le hicieron desesperar y abandonarla a su suerte, justo cuando ella había sacrificado todo en la vida por él y dice que hubiera sido mejor no encontrarse.
Ella le dice que no está casada, pero que 5 años sufriendo son demasiados en una vida y esta no retrocede, diciendo él que esa no sería la primera vez que los dos se acercaran en plena tormenta llamando a la puerta de la felicidad.
Salen de la iglesia y ella da una limosna a un violinista, pidiéndole él que toque el vals de las flores y se alejan escuchando aquella música.
Pasean, recordando él que esa es la única diversión que tiene en el pueblo, preguntándole ella por su destino, diciéndole él que Mérida Nueva, no reparando en un pequeño gesto de ella cuando escucha el nombre.
Le cuenta que le acaban de nombrar Magistrado y sabe que ella no podría vivir allí, pero que removerá sus influencias y acabará consiguiendo que le trasladen a Madrid, aunque ella le dice que para estar juntos cualquier sitio es bueno, aunque esperará a que consiga el traslado, diciendo él que no desea esperar más.
Ella dice que se ha ganado el derecho a que confíe en ella, pues la esperará encerrada en casa con su familia, diciendo él que le gustaría conocer a sus padres, diciendo ella que vive con sus primas y sus tíos, pues sus padres fallecieron.
Blanca lo lleva a casa de sus tíos, debiendo escuchar cantar a sus primas.
Él le dice que habló con su tío, y este le pidió ordenarlo todo y casarse después, lo que ella estaba segura de que ocurriría, aunque se muestra un poco dolida de que se dejara convencer tan rápido.
Baja a despedirlo y se besan, enamorados.
Él se va al día siguiente para poder regresar cuanto antes y cuando va a despedirlo a la diligencia recuerda él que en una igual se conocieron, diciendo ella que entonces iban juntos y ahora les separa, diciendo él que es por poco tiempo y cuando vuelvan a verse será para estar juntos para siempre.
Queda apesadumbrada tras su marcha, a la que poco después llega Medina.
El juez sustituto de Medina Nueva va a ver al nuevo magistrado para darle cuenta de la llegada de un oficio con noticia de la detención de Gabriela Zahara.
Le dice que estudiará el expediente para refrescarlo y dejarle todo aclarado.
Medina va a visitarlo a su regreso, diciéndole Zarco que tiene prisa por dejar todo concluido, deseando que la causa termine pronto para poder volver a Madrid.
Medina le explica que la acusada entró en la cárcel esa tarde y que él mismo la recordaba, y le dice que era muy guapa y joven, no habiendo confesado aún, aunque él está convencido de su culpabilidad, lo que dice apesadumbrado, lamentando no haberse equivocado.
Escribe una carta a Blanca diciéndole que nuevas complicaciones le obligan a retrasar su marcha a Madrid.
Finalmente unos días después preside el tribunal para la audiencia pública, estando la sala se llena de curiosos por un caso tan impactante.
Zarco pide que comparezca la acusada, que lo hace escoltada por dos guardias y con un velo negro cubriendo su cabeza.
Cuando Zarco le pregunta su nombre, ella dice ser Gabriela Zahara del Valle mientras se levanta el velo, pudiendo comprobar el Magistrado que se trata de Blanca.
El fiscal le muestra a la mujer la calavera, espantándose ella al verla, preguntándole tras ello si cree que el clavo causó la muerte de Alfonso Gutiérrez, afirmando ella que sí, confesando haberlo asesinado y que no desea vivir más y que su confesión será su defensa. Que no espera gracia, pero necesita hablar.
Confiesa que cometió el crimen, pero dice que un hombre la impulsó a cometerlo, preguntando él su nombre, diciendo ella que el único hombre que la quiso de verdad y al que aún quiere, y cuyo nombre no es necesario decir.
Cuenta que, arruinada su familia, que había sido poderosa, los restos de su fortuna fueron a parar a un pariente lejano, Alfonso Gutiérrez, que había hecho su fortuna realizando toda clase de tráfico, incluido el de vidas humanas, pues vendía esclavos.
Cuando volvió de la Habana, ella era casi una niña, y le ofreció a su familia perdonar sus deudas a cambio de su mano.
Sus padres rechazaron la proposición y la enviaron a Madrid con unos parientes.
Poco a poco, Alfonso fue implicando a su padre en fraudes y delitos y volvió a pedir su mano, y su padre, asustado por las amenazas de él la mandó regresar de Madrid.
Durante el camino, y esperando una diligencia, su vida cambió, pues conoció al hombre que le hizo aborrecible la suerte que le esperaba.
Intentó resistirse, pero vivió a su lado los únicos momentos dichosos de su vida, y recuerda que el hombre quería casarse con ella, aunque ella no podía ofrecérselo, pues estaba en sus manos la honra y la tranquilidad de sus padres.
Regresó a Nueva Mérida dispuesta a confesarlo todo y les abrió el corazón a sus padres.
Su madre la entendió y le dijo que hablarían con Don Alfonso y este comprendería que no podía casarse con una mujer enamorada de otro hombre, aunque el padre aseguraba que no cedería, pues le dio su palabra y no cree que un encuentro casual sea una razón suficiente para romper el compromiso y que, además, no pueden pagarle de otro modo y supone el bienestar de la familia, pidiéndole a su hija que le obedezca, pues, con el tiempo olvidará; algo que ella está segura, no sucederá.
Finalmente su padre dice que no quiere obligarla, pero le pide que le conozca y trate con él unos días y si no congenian, el propio Alfonso cederá, aunque, reconoce que ahora solo quiere humillarlos, mandando en la casa de donde casi le echaron.
Pero la madre le dice que Gabriela no tiene la culpa de sus problemas y tienen que hablar con Alfonso, diciendo Gabriela que hablará ella misma con él.
Alfonso le dice que de lo que habla ella son amoríos y la vida es algo más serio y ella es su fin y le pide que no le grite, diciendo ella que está en su casa y recordándole él que lo será cuando se casen, pues en ese momento es suya, como todas las tierras.
Ella le dice que para ella no tiene dinero bastante, diciendo él que no lo tiene, en efecto, pero por culpa de su padre, que no para de pedir, aunque él siempre se cubre con papeles y firmas, de modo que siempre tiene pruebas y no necesita discutir, le basta con las pruebas y podría enviar a su padre a la cárcel.
Además, le dice que el caballero del viaje le ha puesto fuego que no tenía y ahora no solo gusta, sino que apasiona, aunque ella le dice que pertenece a ese hombre para toda la vida, haciendo que él enfurezca y le diga que le pregunte al hombre con el que viajó por su precio, tirándole ella un libro a la cabeza, asegurando Alfonso que será suya si no quiere ver morir a su padre en la cárcel.
A la salida encuentra escuchando a este y le dice que tienen que ajustar cuentas.
Cuando sale, Gabriela repara en el libro que tiró a Alfonso, viendo que en él se relata cómo una mujer, Mistres Dutens se deshizo de un hombre al que odiaba.
Esa misma noche la despierta la criada diciendo que Don Alfonso está como muerto, y el médico dictamina un ataque de apoplejía.
Tras el entierro, se fue con sus padres a Madrid, aunque murieron pronto.
Se instaló entonces con unos viejecitos, que aceptaban huéspedes. Dio un nombre falso, aceptando ellos en alguna ocasión hacerse pasar por parientes lejanos.
Una casualidad hizo que se descubrieran los hechos, y, asustada decidió huir, topándose justo entonces con su antiguo pretendiente.
Zarco declara concluida la sesión sin necesidad de escuchare a más testigos.
Cuando se la llevan, él vuelve a pronunciar el nombre de Blanca y ella le mira.
Medina va a visitarla a prisión para adelantarle que ese mismo día irán a leerle la sentencia y quiere prevenirla, aunque ella ya sabe que será de muerte.
Juan le dice que tuvieron que aplicar la ley, pero que tanto Zarco como él hubieran dado media vida por evitarlo.
Le dice que lo sabe todo y que Javier está destrozado y teme por su vida y le cuenta que partió para Madrid, dispuesto a ver al ministro e incluso a la reina para solicitar el indulto, y que no tuvo valor para ir a verla.
Ella dice que nada espera. Que solo necesita arrepentirse de haber odiado.
Zarco acude, en efecto al Ministerio de Gracia y Justicia tratando de hablar con el Ministro o el secretario, aunque están todos de vacaciones por tres días.
Va a casa del Ministro, aunque no le recibe, acudiendo por ello a un baile en que está el presidente, que le dice que estudiará su asunto, emplazándolo para el día siguiente, y pidiéndole, entretanto, que baile con una de las muchachas que están en la fiesta, para que trate de olvidar los pesares.
Él baila como un autómata, hasta que cree hacerlo con Blanca.
Va un sacerdote a confesarla y pide a Juan que le diga a Javier que es feliz, pues en dos días estará en una bella casa en el cielo.
La acompañan al patíbulo, todo el séquito, llevándola del brazo Medina y el sacerdote, viendo que llega en ese momento Zarco, que les dice que no consiguió el indulto, pero sí que se le conmutara la pena por la de cadena perpetua, y la abraza.
Cuando se la llevan a prisión, Javier va a despedirse, pero le dice que volverán a ser compañeros de viaje y que ese parece su destino, estar siempre despidiéndose para volverse a encontrar. Que irá tras ella para compartir su dolor, pues no desea vivir más horas que aquellas en las que pueda verla, yendo su diligencia tras la de ella.