
El fantasma y la señora Muir
The Ghost and Mrs. Muir (1947) * USA
También conocida como:
-
"La dama y el fantasma" (Argentina)
Duración: 104 Min.
Música: Bernard Herrmann
Fotografía: Charles Lang Jr.
Guion: Philip Dunne (Novela: R. A. Dick)
Dirección: Joseph Leo Mankievicz
Intérpretes: Gene Tierney (Lucy Muir), Rex Harrison (Capitán Daniel Gregg), George Sanders (Miles Fairley), Edna Best (Martha Huggin), Natalie Wood (Anna Muir), Vanessa Brown (Anna Adulta), Victoria Horne (Eva Muir), Isobel Elsom (Angelica Muir), Robert Coote (Sr. Coombe), Whitford Kane (Sproule).
En Londres a principios del siglo XX Lucy Muir habla con Angelica y con Eva, su suegra y su cuñada para decirles que, tras haber pasado casi un año de la muerte de su marido ha llegado el momento de separarse de ellas, pues no se siente de la familia pese a haberse casado con su hermano y desea vivir una vida propia.
Le recuerdan que no tiene dinero, aunque indica que con las acciones de Edwin podrá valerse, llevándose con ella a su hija Anna y a Martha la empleada del hogar, con las que espera vivir a la vera del mar.
Eva le dice que lo haga, pero que cuando regrese, no debe esperar que la comprendan.
Pero está muy decidida y se traslada a Whitecliff by the Sea, donde acude a la agencia inmobiliaria del Sr. Coombe para alquilar una casa.
Le muestra las que cree más apropiada para ella en sus circunstancias, aunque entonces ella ve el anuncio de una casa, la Gaviota, que le llama la atención y que solo cuesta 52 libras, un precio casi ridículo para una casa amueblada, logrando con su insistencia que Coombe se la muestre pese a que cree que no le conviene.
La casa lleva 4 años vacía y está muy polvorienta, sorprendiéndole al entreabrir una puerta un marinero, aunque al abrir del todo observa que se trata de solo un cuadro del anterior propietario, el capitán Gregg.
Ve restos de comida en la cocina, diciéndole el agente que fue una mujer a limpiar, pero que se marchó como si hubiera visto un fantasma y no quiso regresar.
Ve en el dormitorio principal un telescopio, que al contrario que el resto de la casa está limpio, escuchándose entonces una carcajada por lo que salen huyendo, confesándole Coombe que en todos esos años consiguió alquilarla 4 veces y las 4, los inquilinos se fueron tras el primer día, contándole que su dueño, el capitán Gregg, se suicidó.
Pero ella dice que es ridículo que crean en fantasmas en pleno siglo XX, por lo que decide, pese a todo, quedarse con la Gaviota.
Martha la ayuda a limpiar la casa, lamentándose Lucy de no haber hecho nada útil en su vida cuando ya llegó a la mitad de esta.
Agotada, decide acostarse un rato en su butaca hasta la hora del té, y, aunque cerró la ventana, esta se abre sola de golpe y un hombre entra, observándola mientras duerme.
La despierta una hora más tarde la ventana batiente, que vuelve a cerrar, viendo entonces cómo se abre la puerta, aunque en este caso por una causa natural, se trata de Martha, que le dice que ya hizo el té.
Lucy le cuenta que tuvo un sueño muy raro y le pregunta si cerró la ventana antes de dormir, diciéndole Martha que sí, y que, de hecho, sigue cerrada.
Por la noche acuesta a su hija Anna con el perro, bajando después a la cocina mientras afuera arrecia la tormenta, apagándose la luz, abriéndose de golpe la ventana debido al temporal, no consiguiendo encender ninguna cerilla.
Pregunta a su "fantasma" si está allí y si le da miedo dejarse ver y si lo único que sabe hacer es asustar a las mujeres, escuchando entonces una voz de hombre que le pide que encienda la vela, quejándose ella de que no se lo permite, pues le apaga las cerillas, aunque esta vez no ocurre, viendo entonces a la luz de la vela al capitán, por lo que por un momento se asusta y debe sentarse.
Ella le dice que sabe que se suicidó, a lo que Gregg le responde que eso es una estupidez, que se quedó dormido frente a su estufa de gas durante un día de tormenta. Cerró las ventanas y debió tirar la estufa con el pie, y concluyeron que se suicidó porque la mujer que limpiaba dijo que dormía con la ventana abierta.
Le dice tras ello que no desea que los extraños se apoderen de la casa y por eso los asusta, aunque en su caso, como no es una mujer fea, le costó hacerlo, habiendo sido él quien abrió la ventana para evitar que le ocurriera lo mismo que a él con el gas, aunque ella le asegura que sabe cuidar de sí misma.
Gregg insiste en que logrará que se marche, aunque ella le dice que no lo hará, diciéndole él que desea que su casa se convierta en un albergue para marinos retirados.
Como esto se lo dice gritando, Lucy llora, mientras le dice que, por alguna razón inexplicable, sintió nada más ver esa casa, que debía vivir en ella, sintiendo como si la propia casa le diera la bienvenida y le pidiera que la salvara de estar tan vacía.
Gregg recuerda que a él le ocurrió lo mismo con su primer barco. Estaba hecho un desastre y él lo rescató.
Le dice tras ello que le agradan sus agallas, por lo que le permitirá que se quede, aunque por un periodo de prueba, asegurándole Lucy que no piensa marcharse y que no consentirá que asuste a su hija, diciendo él que nunca asustaría a un niño.
Le propone un trato. Si le permite quedarse en su cuarto, sin modificar nada, él no saldrá a ninguna otra habitación, aunque ella debe dormir también allí, recordándole que es solo un espíritu, por lo que no debe temer nada, pidiéndole también que cuelgue su retrato en el dormitorio pese a que ella opina que es muy feo y no salió favorecido.
Ella cumple con el trato, subiendo el cuadro al dormitorio, aunque para desnudarse lo cubre con una manta, oyéndole decir cuando se acuesta que tiene un tipo precioso.
El capitán se queja de que mandara quitar el árbol que había y que él plantó, diciéndole ella que era muy feo y que prefiere unos rosales, tras lo que le pide que sea un poco más amable, ya que tienen que convivir.
Entonces él le responde al comprobar que se quitó el luto, que está mejor así.
Ella le responde que lo llevaba por respeto a su marido, asegurándole él que no lo amaba, lo que ella objeta, insistiendo el capitán en que le tenía cariño, pero no lo amaba.
El capitán le dice que él estuvo casado tres veces y le pregunta a Lucy por qué se casó, respondiendo ella que no lo sabe.
Recuerda que conoció a Edwin cuando fue a dirigir una obra en su casa, pues era arquitecto. Ella por entonces leía muchas novelas románticas y soñaba con que alguien la besaba como en estas y él lo hizo.
Edwin, le dice, no era bueno en nada, ni siquiera era un buen arquitecto y hubiera sido incapaz de diseñar una casa así, diciéndole el capitán que la diseñó él, diciendo ella que le recuerda un poema, recitando él uno.
Mientras hablan, llega un coche con Angelica y Eva, por lo que le pide que se desmaterialice, pese a que él insiste en que puede hacer que salgan corriendo.
Eva y su madre se quejan de lo fea que es la habitación y de que tenga en su habitación el cuadro de un desconocido, antes de informarle d sus malas noticias. Le dicen que debe regresar con ellas, pues las minas de oro se agotaron y dejaron de dar dividendos, por lo que no podrá ya pagar su alquiler, al no quedarle ninguna renta.
Ella habla con Gregg e incluso le regaña, pensando ellas que se está volviendo loca y haba sola, diciéndole Gregg que no debe irse y que ya pensarán en algo, decidiendo ella pedirles que se vayan, pese a que ellas insisten en que se ha vuelto loca, por lo que le dicen que no quieren saber nada más de ellas, si bien, una vez abajo Eva recapacita e indica que le dará otra oportunidad, algo que el capitán no le permite, empujándolas a las dos a la calle sin permitirles volver a hablar con Lucy.
Un día, Lucy invita a Coombe a tomar el té, que, una vez con ella trata de conquistarla diciéndole que no entiende cómo puede vivir sola sin la protección de un hombre, aunque mientras hablan observa cómo su empieza a bajar solo por la cuesta, por lo que Coombe debe salir corriendo hasta alcanzarlo.
Lucy regaña al capitán por lo que hizo, pues si llamó a Coombe es para tratar de que este le consiguiera algún huésped, asegurando él que no se lo permitiría, tras lo que le dice que le ayudará a resolver todos sus problemas, para lo que escribirán un libro que él dictará y ella escribirá a máquina y donde contará la historia de su vida y que titulará "Sangre y valor", aunque, entretanto, le sugiere él, deberá empeñar sus joyas.
Empiezan a escribir el libro, pidiéndole él que le llame Daniel, mientras que, por su parte, él la llama a ella Lucia.
Recuerda que se crio en el campo con una tía soltera, pues era huérfano, narrando sus recuerdos de juventud, aunque ella le propone incluir algún capítulo con los primeros años de su vida, contándole él que no fue al colegio y que le educó un párroco.
Aunque se escapó de casa de su tía, que él cree debió dar gracias al cielo por perderlo de vista, le escribió todos los domingos año tras año, aunque cuando murió, él estaba lejos, recordando que fue el año en que ascendió a capitán.
Un día Martha llega con una carta del señor Coombe, otra más recuerda. Una demanda pidiéndoles que paguen y amenazando, si no lo hacen, con enviar a los alguaciles, ante lo que Martha le ofrece el dinero que tiene ahorrado, aunque Lucy lo rechaza, quitándole importancia Gregg, que le dice que, si van los alguaciles, ya los espantará él.
Les queda para entonces un solo capítulo, que acabarán enseguida, dedicando el libro a todos los que viven en un barco, asegurando Lucy que le parece un libro sabio, pudiendo comprender gracias a él, el misterio del mar.
Daniel le dice que ha querido escribirlo, aparte de para ayudarla y que pueda seguir en la casa, que luego será para los marineros retirados, para hacer comprender a la gente lo peligrosa que es la vida del marino, que llevan a sus casas muchos productos que la gente recibe, sin saber el esfuerzo que supusieron para los marineros, a los que desprecian cuando los ven beber ron.
Le indica tras ello que debe ir a ver a los editores, al día siguiente.
Escuchan el sonido de un barco que debe estar cerca y perdido en la niebla, asegurándole Daniel que la niebla del canal es muy peligrosa y que el capitán de ese barco debe estar maldiciendo no haber puesto una tienda y haberse lanzado al mar.
Observa luego que Lucy está preocupada, confesándole ella que teme qué será de ellos.
Él le dice que lo que tuvo que pasarle a él ya le pasó, pero ella no ve qué hará en el futuro, pues se ha sentido feliz mientras trabajaba y ahora no sabe qué le espera.
Él le pide que salga al mundo y busque otros hombres, pues es una mujer muy atractiva.
Acude al día siguiente, tal como le indicó Gregg, a ver a los editores Tacket y Sproule, cruzándose en la escalera con un hombre que ya se iba, pero que regresa al verla.
Cuando le dice el recepcionista que no podrá ver al señor Sproule si no tiene una cita concertada, el hombre que la siguió hasta la editorial le pide al chico que anote su nombre, contándole a Lucy que ha llegado a tiempo, pues él tenía una cita con Sproule, pero como llegó muy pronto y no quería esperar iba a marcharse cuando la vio a ella y decidió regresar, ofreciéndole su cita.
Le pregunta si el libro que lleva es de cocina o de sueños, antes de pasar al despacho del editor cuando llaman a Fairley, no siendo bien recibida por Sproule, que le dice que está harto de que a todas las mujeres insatisfechas les dé por escribir novelas, y que publica muchas porquerías, porque es lo que se vende, pero no quiere leer ni una más, por lo que le pide que se marche, escuchándose entonces la voz de Daniel que asegura que lo escuchará, aunque tenga que atarlo.
Sproule, pese a que se trataba claramente de una voz masculina piensa que fue ella quien habló y le extraña su forma de hablar, aprovechando ella esos momentos de confusión para explicarle que se trata de la cruda historia de un hombre de mar, aceptando finalmente el editor leer algunas páginas, aunque sin ninguna esperanza, pese a lo cual, en cuanto comienza la lectura se ve atrapado por la historia, tanto que olvida sus otras citas para indignación de estas, diciéndole el recepcionista a Fairley que regresa horas después, que siguen dentro y que Sproule pidió comida para dos.
Cuando termina de leerlo, Sproule le dice que sabe que lo ha escrito un hombre y dice que le gustaría conocer al capitán X, diciéndole ella que está haciendo una travesía.
Sproule, fascinado por la historia, le dice que él hubiera sido marinero de no haber tenido que mantener a su familia, y le da las gracias, pues le hizo pasar un día inolvidable.
Cuando sale, feliz, es seguida por Fairley, que como llueve, y él tiene un paraguas, se ofrece a buscarle un coche, pues ella teme perder el tren, y, aunque ella se niega, él para un coche y la acompaña a la estación Victoria.
Le dice que pesará que es un fresco por su forma de actuar, aunque ella dice que debe estar agradecida, pues gracias a él publicarán su libro.
Él se presenta entonces como Miles Fairley y le cuenta que escribe libros para niños con el seudónimo de Tío Neddy, asegurándole ella que es el autor favorito de su hija.
Ella le cuenta que es viuda, acompañándola él hasta su compartimento del tren, robándole, cuando este arranca, su pañuelo.
Ya sentada en su compartimento sonríe feliz, apareciendo entonces a su lado Daniel, que se muestra celoso y, dice, trata de salvarla de sus propios instintos, reprochando haber mentido, para coquetear, a su pretendiente, pues su hija en realidad odia a Tío Neddy, y cuando ella le dice que está celoso, arguye él que los fantasmas no pueden sentir celos.
Dado que publicarán el libro, ella dice que podrán comprar la casa, aunque él dice que todavía no está seguro de querer hacerlo, pues se comportó como una idiota con Fairley, recordándole ella que fue él quien le aconsejó que saliera de casa y conociera gente.
Llegado el verano, Lucy y su hija Anna van a la playa, y cuando ella regresa a su casa, dejando a su hija con el señor Scruggin, que graba su nombre en un poste de la playa, se encuentra el pañuelo que le arrebató Fairley, en un árbol, y a él esperándola pintando, excusándose por haberle quitado el pañuelo, pues, indica, quería tener algo suyo hasta volver a verla, observando que la ha dibujado mientas se bañaba, diciendo ella que la ha pintado mejor de lo que es, a lo que él le responde que para ello harían falta mil Renoir, tras lo que se besan.
Él asegura que no se irá, aunque se lo prohíban, aunque, ella dice que ella no es nadie para prohibirle nada, antes de marcharse.
Se encuentra con Gregg, que le pregunta por qué dejó que la besara, respondiéndole ella que la pilló desprevenida, diciendo él que quería que se lo diera, y le pregunta qué vio en él, pues se pone brillantina en el pelo y se perfuma, algo que a él no le gusta, aunque comprende que para ser feliz hay que arriesgarse mucho, recomendándole que tenga cuidado.
Cuelga el retrato que le hizo Fairley junto al del capitán Gregg, algo que a Martha le parece indecente, pues estaba en bañador y le dice que no cree que le convenga Fairley, reconociendo ella que es presumido, voluble e infantil, pero real y ella creía que no podría ya sentir emociones, pero necesita compañía, risas y amor.
Vuelven por ello a verse y se besan apasionadamente, diciendo ella que nunca se había sentido así, pues está como flotando y piensa que no puede ser bueno, asegurando él tener celos hasta de su hija, indicando ella que tiene obligaciones hasta hacerse mayor.
Gregg los ve besarse y le dice a Lucy al día siguiente que creía que era una mujer con sentido común, pero que es como las demás, pues se atonta cuando un hombre le ofrece la luna.
Pero ella no lo escucha, pues duerme. Aunque Daniel sigue hablando y le dice que comprende que haya elegido la vida, pues así debe ser, e indica que ha decidido marcharse, pues de lo contrario solo serviría para destruir cualquier ocasión que se le presentase para ser feliz, debiendo tomar el timón de su vida entre los vivos.
Le dice que recordará que ha estado soñando que se le aparecía un capitán de barco y que escribían un libro juntos, pero que fue ella sola quien lo hizo sin ayuda y que la idea del libro se la dio el cuadro, la casa y el ambiente que le rodea, insistiendo en que fue un sueño y cada día de su vida recordará ese sueño, que acabará, como todos los sueños, al despertar.
Le asegura que le hubiera gustado el Cabo Norte y los fiordos, y muchas otras cosas que se perdieron, lamentando haberse perdido vivir tantas cosas juntos, tras lo que le dice, "adiós, mi amor", cerrándose esta vez la ventana sola.
Recibe un cheque de 100 libras de avance sobre sus derechos, indicándole Sproule que debe acudir a firmar algunos papeles, aunque ella prefiere aplazarlo, pues está esperando a Fairley para ir de excursión, aunque Martha le muestra su desagrado.
Pero Lucy no la escucha y le dice además que va a guardar el cuadro del capitán en el desván, señalando Martha que se lo llevará a su cuarto.
Mientras escribía a Sproule para excusarse recibe una nota de Fairley, que le indica que no podrán verse porque ha tenido que ir a Londres unos días.
Aprovechando el cambio de planes decide ir ella misma a Londres para ver a Sproule y firmar los papeles, pidiéndole a la salida al conserje la dirección de Fairley.
Acude a su casa, una gran mansión, esperando sorprenderlo.
Mientras lo espera ve un cuadro donde están una mujer y dos niños, apareciendo entonces la mujer del cuadro, que se presenta como la esposa de Miles, que, le señala, salió con los niños al parque, pues estuvieron un tiempo fuera y los echaba de menos.
Lucy le cuenta que tienen el mismo editor, invitándola la esposa a un té, aunque Lucy se excusa, señalando entonces la mujer que la entiende y que lo siente, pues, le indica, no es la primera vez que ha pasado.
Se marcha desolada, y en su casa deambula triste, debiendo consolarla Martha, que le dice que no se lo merece.
Sale a menudo a pasear por la playa, recordando con Martha que hace un año que llegaron a esa casa y recuerda el sueño de entonces. Un sueño que fue el primero de una larga serie.
El retrato del capitán sigue allí y de nuevo, y vuelve a dormir, sin que cambie nada.
El mar está muy alborotado y hay fuertes oleajes. Vuelve a pasear por la playa y los acantilados, viendo que el poste donde está escrito el nombre de su hija está casi caído. Han pasado muchos años desde entonces.
Poco antes de llegar a casa ve que desde un coche Anna la llama. Una Anna ahora ya adulta, que llega en un coche, y a la que le pregunta si se ha escapado de la universidad, presentándole a Bill, un teniente de la armada con el que va a casarse y que cuando lo haga, irán ella y Martha a vivir con ella, a lo que su madre le replica que ha sido muy feliz en esa casa y vivirá en ella hasta que se muera.
Su hija le pregunta si con el capitán Gregg, lo que sorprende a Lucy, diciéndole Anna que ella también hablaba mucho con el capitán Gregg durante el primer año que estuvieron allí. Aunque le aclara que era como un juego, y un día dejó de ir, señalando que estaba enamorada de él, aunque era solo un sueño.
Al ver la cara de su madre le pregunta si ella también lo vio, extrañándole que las dos tuvieran el mismo sueño, por lo que le pide que le cuente todo.
Lucy le dice que debió soñar casi todo el libro, pues a ella no se le hubieran ocurrido tales cosas, pero lleva años intentando recordar y no lo consigue, contándole que sus sueños se acabaron también al cabo de un año.
Soñó incluso que discutían a causa de un hombre, que Anna adivina que era el Tío Neddy, y le dice que ella rezaba para que no se casara con él, contándole su madre que lo vio unos años después y estaba gordo, calvo y bebía mucho y lloraba, pues su mujer se hartó y se llevó a sus hijos.
La chica fantasea con que el capitán existió, pese a que su madre indica que al capitán lo inventaron ambas, y, aunque echa algunas cosas de menos, es feliz con lo que tiene y permanece un buen recuerdo, aunque solo fuera un sueño.
El tiempo pasa y las inclemencias hacen que finalmente caiga aquel sólido poste.
Ahora Lucy es ya una anciana y Martha sigue con ella y atendiéndola, leyendo las cartas que les llegan de Anna, contándole en una de ellas que su hija Lucy se va a casar con el capitán de un avión transatlántico y están muy contentas.
Una noche Martha la acompaña a la habitación y le sube un vaso de leche que se niega a tomar regañando con ella por eso, aunque al quedarse sola coge el vaso, que se le cae.
Aparece entonces Gregg, que le dice que ya nunca volverá a sentirse cansada, tendiéndole sus manos y llamándolo Lucia, como entonces, pidiéndole que vaya con él.
Lucy, joven de nuevo lo acompaña, dejando atrás el cadáver de la vieja Lucy, y viendo cómo Martha, ignorándolos, pues no puede verlos, sube de nuevo a la habitación, mientras ellos dos salen de la casa y se alejan juntos para siempre.