Te cuento la película

El verdugo
El verdugo

España / Italia (1963)

Duración: 90 min.

Música: Miguel Asins Arbó

Fotografía: Tonino Delli Colli

Guion: Rafael Azcona, Luis García Berlanga, Ennio Flaiano

Dirección: Luis García Berlanga

Intérpretes: Nino Manfredi (José Luis), Emma Penella (Carmen), José Isbert (Amadeo), José Luis López Vázquez (Antonio), Ángel Álvarez (Álvarez), Guido Alberti (Director de la prisión), María Luisa Ponte (Estefanía), María Isbert (Ignacia).

José Luis Rodríguez y Álvarez, dos empleados del servicio funerario, acuden con el ataúd a recoger el cadáver de un condenado a muerte, debiendo esperar a que el verdugo termine su trabajo, pasando ellos cuando salen las autoridades que presenciaron la ejecución.

Álvarez, que es un hombre ya mayor, muestra su interés en conocer más detalles del trabajo del verdugo, preguntándose cuánto cobrará, mientras que el compañero, más joven, José Luis, no quiere contacto alguno con él, pese a que, indica, parece una persona normal, por ello, cuando el primero propone llevarlo en su vehículo para enterarse de los detalles, pues el tranvía en que debe ir el verdugo, aún tardará, el otro rechaza la propuesta, aunque haciendo caso omiso, Álvarez lo invita a subir con ellos.

En el trayecto, Amadeo, el verdugo, dice que la gente ya no es tan valiente como antes. Que el hombre al que ejecutó le regaló su reloj y le pidió perdón por haberlo molestado a esas horas, preguntando Álvarez con curiosidad si lo hizo ya con los hierros puestos.

Lo dejan a la puerta del suburbano, invitándoles él a tomar un café, a lo que Álvarez parece dispuesto, debiendo recordarle José Luis que llevan detrás el cortejo fúnebre.

Cuando lo dejan en el suburbano, se dan cuenta de que el verdugo se dejó el maletín, y, aunque con muchos remilgos, José Luis trata de alcanzarlo en el metro, aunque no lo consigue, por lo que debe llevar luego hasta su casa.

Al llegar a esta deja el maletín en su puerta y llama mientras se aleja para no tener que darle la mano, aunque se sorprende al ver que no es Amadeo quien abre, sino una joven, su hija, y al verla entra en su casa, e incluso le acepta el café.

Amadeo le comenta a su hija que José Luis tiene un trabajo muy serio, aunque él asegura que preferiría ir a Alemania para aprender mecánica, aunque Amadeo le recuerda que su trabajo es muy seguro, pues nunca hay crisis.

Mientras toma el café observa cómo Amadeo saca las herramientas del maletín, y mira a Carmen, su hija, cada vez que está de espaldas, impresionado por su cuerpo.

Le pregunta si el hombre de una de las fotos que tienen colgada en la pared es su novio, aclarándole Amadeo que no, que es el hombre que le regaló el reloj, observando que tiene varias fotos más en la pared, debiendo aclararle Amadeo que esos son parientes.

Al ver sus remilgos por su trabajo, Amadeo le muestra un libro "El garrote vil", y le enseña la dedicatoria de Corcuera, su autor, un académico que le agradece su información y le asegura que con el garrote se respeta más a los ajusticiados, pues la guillotina acaba con el cuerpo del hombre en pedazos, y la silla eléctrica los deja abrasados, opinando José Luis que lo mejor es que la gente muera en su cama, indicándole Amadeo que si existe la pena, alguien debe aplicarla.

José Luis vive en casa de su hermano Antonio, que trabaja como sastre en la propia casa, quejándose porque tiene que hacerse cargo constantemente de su hija de tres años, a la que le colocan cada noche en su cama, y teme lo que le espera después, ya que tienen otro bebé, pese a que les da dinero por vivir allí, añorando la pensión, pese a lo cual ayuda a su hermano, poniéndose la sotana que cose en ese momento para que compruebe que no le molesta la sisa, al hacer una bendición.

Antonio además cría pájaros con la idea de venderlos, aunque Estefanía, su mujer preferiría cultivar champiñones, pues no venden ningún pájaro.

Aparece Amadeo con su hija para recogerlo, pues pasarán el día en el campo.

Antonio se queda midiendo el perímetro de la cabeza de sus hijos, pese a que Estefanía le insiste en que lo de su padre no es hereditario.

Pasan el día junto a un embalse, con Álvarez e Ignacia, su mujer, quejándose José Luis, mientras comen de su cuñada, diciéndole Álvarez que lo que tiene que hacer es casarse y así viviría mejor.

Cuando se queja de la cuñada, Amadeo recuerda el caso de un hombre que envenenó a la suya y al que tuvo que ejecutar, explicándole a Álvarez, muy interesado, cómo se colocan los hierros, momento que Carmen aprovecha para alejarse, y José Luis va tras ella, y, como suena música en la radio de otros domingueros, la invita a bailar.

Ella le dice que le gustaría irse a Francia, diciéndole José Luis que mejor podrían irse juntos a Alemania, diciendo ella que le da lo mismo, pues allí es muy desgraciada, ya que, cuando los chicos se enteran de que su padre es verdugo la dejan, diciendo José Luis que a él le pasa lo mismo, que le dejan cuando se enteran de que es enterrador.

Y aunque el dueño de la radio se marcha, él opta por silbar la canción y siguen bailando acaramelados.

Cuando Álvarez y él tienen que ir al aeropuerto a recoger un cadáver que llega en avión, aprovechan la ocasión para fotografiarse frente al aparato, ilusionados.

Trata de convencer a Álvarez de que le deje irse si llama a Carmen y está sola, aunque Álvarez no quiere quedarse solo con el muerto, si bien no necesita el favor, porque llama a Carmen y ve que está su padre en casa

Los familiares del fallecido van tras el cadáver, que suben en un vehículo de carga, entre el ensordecedor ruido del motor del avión, por lo que el conductor no consigue escuchar a José Luis cuando le grita que vaya más despacio, porque van perdiendo a la familia.

Deben pasar luego el cadáver por la aduana y abrir el féretro, diciendo la compungida viuda, al ver al fallecido que no es su marido, que se lo cambiaron, pidiéndole a su padre una foto, debiendo el hombre informar a los sorprendidos aduaneros que se ha casado por poderes.

Aprovechando un día que Carmen está sola, José Luis y Carmen se acuestan, aunque llega de pronto Amadeo, muy contento, pues le consiguió que le incluyeran en la lista para uno de los pisos para funcionarios, y que habrá mucha gente joven, aunque, indica ella, a quien quiere es a José Luis, y le confiesa que está allí y que quiere hablar con él.

Le encuentra medio desnudo y mojándose la cabeza, diciendo que le duele mucho, aunque no engaña a Amadeo, que le dice que es un canalla y un sinvergüenza y le pide que se vista, llamando desgraciada a su hija, y quejándose de que lo hicieran en su propia casa, temiendo lo que piensen los vecinos, diciendo ella que no le importan esos vecinos que se han pasado la vida criticándolos, y que, si se descuida, se morirá soltera, y que José Luis no es un granuja, diciendo el hombre que le han destrozado el día más feliz de su vida y que eso no tiene más que un arreglo, y se queja, pues el piso estaba muy bien y con vistas a la sierra.

José Luis le reprocha que se lo dijera, aunque ella dice que es mejor así, pues si le hubiera encontrado él sin saber nada le hubiera matado y le pide que diga algo a su padre para tranquilizarlo, como que se van a casar, aunque sea mentira.

En efecto, finalmente José Luis le dice que sus intenciones son buenas y que está dispuesto a darle una satisfacción mayor que la del piso, pidiéndole la mano de su hija, cayéndosele los pantalones mientras lo dice.

Un día, mientras preparan el sepelio de una mujer adinerada, al que incluso van tres músicos, ve que aparece Carmen, aunque se esconde pese a que Álvarez le pide que dé la cara,

Ella le entrega una nota. El resultado de su prueba de embarazo, que es positivo, aunque él sigue manteniendo la esperanza de que no sea seguro y le dice que él tenía que irse a Alemania y hacerse mecánico y ahora ya no podrá hacerlo, proponiéndole irse él solo, y, en cuanto encuentre colocación, llamarla, diciéndole cuando ella se preocupa por el niño, que será el nieto de un verdugo y teme que nazca con su instinto.

Ella se pone a llorar y él le regala una flor cogida de una de las coronas de la muerta.

Poco tiempo después se celebra en la iglesia una boda con gran boato, aunque, en cuanto salen novios piden al organista que deje de tocar la marcha nupcial, debiendo los novios de la siguiente boda, Carmen y José Luis, pasar por encima de la alfombra mientras la recogen el monaguillo y el sacristán, que van quitando las guirnaldas de flores que adornaban todo a medida que entran los invitados, tras lo que apagan todas las velas menos una, haciendo que, el cura no pueda casi ni leer por falta de luz.

Tras la ceremonia, Álvarez debe marcharse por un servicio, dejando a Ignacia, su mujer, y tras decirle a Carmen que devuelva ella el vestido a su amigo, que le hará un buen descuento, mientras José Luis se queja de que su suegro llevara el mismo traje con el que va a las ejecuciones, diciendo Amadeo que es nuevo, pues solo se lo ha puesto tres veces en cinco años.

Mientras firman, Carmen muestra que tiene antojo de helados, dándose cuenta José Luis en ese momento de que su hermano Antonio no está, por lo que corre a buscarlo, viendo que está a punto de marcharse con su moto, diciéndole José Luis que si no firma como testigo la boda no servirá, viendo cómo Estefanía, desde el sidecar, le dice que no se van a sentar a la mesa con esa gente, tratando de convencer a su marido de que no firme, aunque este acepta hacerlo, aunque advirtiéndole que en el futuro cada uno seguirá por su camino.

Algún tiempo después, y con Carmen ya en avanzado estado de gestación, acude con ella y con su suegro a ver cómo avanzan las obras de su piso, y, aunque aún está diáfano y sin paredes, comienzan a discutir por dónde irá el dormitorio, pues José Luis lo quiere exterior y Amadeo también.

Y mientras están allí, llega otra familia, que dice que el piso es de ellos, por lo que deben acudir a tratar de aclarar el asunto al patronato, viendo el funcionario que les atiende, que ambas familias tienen derecho sobre el piso porque Amadeo se jubilará en tres meses, por lo que el piso, que finalizará más tarde, será de la otra familia, preguntando él, qué será de su hija, diciéndole el encargado de atenderles que, como la hija está casada, no tiene derecho a quedarse en el piso cuando él se retire, diciendo entonces Amadeo que su hija está soltera, pues, por su profesión nadie quiere casarse con ella, indicándole que entonces sí le corresponde el piso, aunque, le dicen, debe demostrar que es soltera llevando una fe de soltería.

Amadeo piensa entonces que la solución es que José Luis le releve en el cargo, por lo que va con él a solicitarlo al Ministerio, aunque José Luis no se atreve ni a entrar, pese a que su suegro le dice que por entrar no se compromete a nada, diciéndole Carmen que haga lo que quiera, y que por ella no debe preocuparse, que a ella solo le preocupa el niño, aceptando él finalmente entrar.

Entretanto, Carmen irá a comprar en las rebajas ropa para el bebé y camisas para José Luis, preguntándole por su talla, que este no recuerda, diciendo Amadeo con solo mirarle el cuello, que es una 41.

Pero José Luis vuelve a salir sin hacer la solicitud, diciendo que volverán otro día, recordándole Amadeo que quieren el piso, pidiéndole José Luis que diga que quiere seguir trabajando, diciendo Amadeo que le gustaría, pero el reglamento se lo impide, diciendo José Luis que él no puede matar ni a una mosca, recordándole su suegro que lleva ya mucho tiempo trabajando con muertos, diciendo él que muertos a los que no conoció vivos.

Acaban entrando, y, pese a las pegas del funcionario, que no hace más que exigir documentos, Amadeo lo lleva todo, certificado de penales, pólizas, certificados de buena conducta y la cartilla militar con todas las revistas pasadas, por lo que, como al funcionario no se le ocurre nada más para pedirle, acepta su solicitud diciéndole que hace el número 37, asegurándole que sin una buena recomendación, no habrá nada que hacer, lo que pone a José Luis muy contento, aunque Amadeo le dice que su amigo el académico se lo arreglará.

Acuden a la feria del libro, donde Corcuera, el académico, firma sus libros, acercándose a verlo Amadeo, mientras José Luis remolonea para no ir.

Pero Corcuera le anima a seguir la tradición, pues asegura que en muchos países se sigue como si fuera una dinastía, diciendo él buscando una salida que es solo el yerno.

José Luis finalmente acepta su recomendación, pues, dice, en cualquier momento podrá pedir la dimisión, diciéndole el académico que si le recomienda no puede dejarle en ridículo, diciéndole Amadeo que le recomiende, que él responde, pese a que, tras verlo, al escritor no le parece la persona idónea.

Algún tiempo después, y vestidos como lacayos tras un funeral de alta alcurnia, Álvarez y José Luis acuden al banco, donde al segundo le entregan la nómina, viendo que cobra mucho más, y que incluso le dan puntos por el niño, diciéndole Álvarez que ha conseguido una bicoca con su trabajo como verdugo, mucho mejor que si se hubiera ido a Alemania. Que ahora tiene piso, moto, y dos empleos, en uno de los cuales no hace nada.

A la salida del banco ve a dos hombres discutiendo, quejándose uno de ellos de que el otro, un camarero, miró a su mujer desnudándola, mediando él, e incluso pagando su consumición para evitar que la sangre llegue al río.

Ahora, ya en su nueva casa, y con el niño creciendo, compra un colchón nuevo de muelles para cambiar el de lana, y ahora su mayor preocupación es seguir la página de sucesos esperando que no haya ninguna novedad que le afecte.

Deciden inaugurar el colchón con Carmen, pero entonces llaman a la puerta para entregarle una carta certificada del ministerio, viendo al leerla que se trata de un aviso de que debe ir a ejecutar a un hombre.

Aterrado, comienza a escribir la carta de dimisión, pidiéndole su suegro que no actúe en caliente, pues si lo hace, perderán el piso, y le asegura que indultarán al condenado, pues él tuvo que hacer muchos viajes para nada, y que, además, si dimite, tendrá que devolver lo que ha cobrado, pese a lo cual su yerno está dispuesto a hacerlo.

Ven además que es en Palma de Mallorca y comienza a dudar, pues le dice a Carmen que no le gustaría ir sin ella, mostrándose su mujer dispuesta a acompañarlo como si fuera el viaje de novios que no tuvieron, indicando de inmediato Amadeo que él tampoco conoce Palma de Mallorca.

Viajan los tres, y cuando bajan del barco ven que hay un gran revuelo en el puerto, con muchos medios de comunicación cubriendo la llegada porque se va a celebrar allí un concurso de mises, a las que reciben incluso por una banda militar, diciéndole Amadeo, que habiendo un evento internacional hay más posibilidades de que concedan el indulto.

Pero cuando José Luis ve que le están esperando dos guardias civiles, trata de darse la vuelta y regresar al barco, diciendo que quiere que vaya Amadeo con él, aunque los guardias le dicen que no puede ser, pidiéndole su suegro que se porte como un hombre.

Carmen y su padre van a la pensión, en la que aparece poco después José Luis muy contento, contándoles que el condenado está enfermo y no tiene que actuar, y que además le pagaron dietas y le dijeron que tenía que esperar a ver qué pasaba, aunque él tiene confianza de que el hombre morirá, y espera que tarde aún unos días para poder disfrutar de las vacaciones pagadas.

Pasean por Palma, ya llena de turistas. De hecho dos turistas le piden que les haga una foto, y les piden que le hagan una a ellos y le dan la dirección para que se la envíen.

Hacen una excursión a las cuevas del Drac, y mientras contemplan el espectáculo una barca con varios guardias civiles pregunta por José Luis Rodríguez e indican que si se encuentra entre los presentes, que baje.

Se va con ellos y pide a Carmen que vaya a avisar a su padre y que vaya a la cárcel, cuando le dicen que tienen orden de llevarle a la prisión provincial.

Cuando llegan, ven que un funcionario de prisiones está montando el garrote.

Acude a prisión un marqués, que, como el reo dijo que nunca había bebido champán le lleva una botella de su bodega.

Llega por fin Amadeo, que trata de animarlo insistiendo en que llegará el indulto, pidiendo él que dejen pasar a su suegro, que tiene experiencia, aunque, le indican, no lo permite el reglamento.

Uno de los guardias lo lleva hasta la celda y le dice que es conveniente que vea al reo, aunque cuando se asoma por la mirilla lo ve todo negro. Enseguida ve que es porque estaba apoyado en la misma un sacerdote que sale de confesar al condenado.

Lo llevan a la cocina para darle un café, viendo las reticencias de todos hacia él por su profesión.

Llegan con la botella de champán de vuelta porque no la quiso finalmente, y le dicen a él que llegó ya el momento de actuar, diciendo él que se va a Madrid y que no le importa que le quiten el piso.

El director de la prisión trata de calmarlo, haciendo que abran el champán mientras José Luis le cuenta su historia y por qué aceptó el puesto, mostrando a todos las fotos de la mujer y el hijo.

El director le dice que todos son hombres y que el problema del condenado, que también es un hombre, es que desea que acaben cuanto antes y que su dimisión llevaría un trámite muy largo y el condenado no puede esperar y ya se confesó y comulgó y si esperan puede caer de nuevo en la tentación.

Ve al condenado, entrando casi sin fuerzas, mientras a él le colocan la corbata y lo llevan entre dos policías, uno de cada brazo y le dicen que todo será muy rápido.

Cogido de cada brazo por un guardia, va casi a rastras y tiene arcadas, debiendo acudir el cura a confortarlo a él.

En el barco de regreso le esperan Amadeo y Carmen, que ven cómo los guardias llevan también a José Luis, despidiéndose de él con un saludo militar para evitar darle la mano.

Sube al barco cuando ya suena la sirena y se sienta junto a Carmen, que le da el biberón al niño, entregándole él, totalmente descompuesto, el sobre con el dinero, viendo su suegro que hubo un aumento, asegurando él con vehemencia que no lo hará más.

Amadeo, que coge al niño en brazos le dice a este: "eso mismo dije yo la primera vez", mientras observa un pequeño barco privado donde un grupo de jóvenes extranjeros bailan y se divierten al son de una animada música.

Calificación: 5